Corren 52’ del partido y el brasileño que luce la 10 en la espalda parece encerrado por su marcador contra la raya izquierda. Pero, haciendo gala de los duendes futboleros propios de su país natal, lo deja desparramado con una gran finta y se mete en el área. Allí le sale el número dos enemigo y con un enganche antológico, lo deja mirando para el otro lado. El primer marcador intenta recuperarse con un cierre desesperado, pero el diminuto as brasileño no le da tiempo y le mete el fierrazo letal, para poner el segundo tanto de su equipo. Para quién aún no lo sepa, no estamos hablando de un Flu-Fla, sino de un Boca riBer, y los protagonistas no son otros que el brasileño Pedro Iarley, y los defensores riverplatenses Tojas y ese amigo del alma que iba por la vida como Coco Ameli.
Pues bien, consumada esta obra de arte se desató un maravilloso desbande de la Hinchada que Más Resta, Con casi un tiempo por delante y en un clásico, parte de la parcialidad riverplatense prefirió retirarse del estadio. No barras mercenarios sino hinchas genuinos, retirándose de un clásico a falta de 40 minutos. Se entiende, ya lo dijo el Beto Alonso: el hincha de riBer prefiere irse a la quinta el domingo. Y esa tarde del 9 de noviembre de 2003, primaveral y soleada, estaba más para ir a tomar sol que para ver cómo bailaban a tu equipo. O al menos así lo dejó en claro la grey riBerplatense ante las cámaras de televisión.
Pero bueno, no nos vayamos de tema. El 2-0 fue un resultado exiguo para el baile de antología que se vio en cancha, pero sobró para dejar a Boca a tiro del campeonato en la fecha 14 del Apertura.
Y sirvió también para acabar con varios mitos de esos que les encanta repetir como lobotomizados a muchos de nuestros primos y que últimamente cuentan con un periodismo cómplice para hacer de la mentira, verdad. Mientras riBer penaba en mitad de tabla y Boca iba primero cómodo, inmersos en su realidad paralela los hinchas de riBer y parte dela prensa cuestionaban el juego de Boca. Que no teníamos enganche, que jugábamos con cuatro volantes centrales en el medio, que solo ganábamos de suerte, y la cantinela habitual. Para colmo en la fecha previa, frente a Independiente, nos habían lesionado a Tévez cuando aún era Carlitos y era claramente nuestro as de espadas. Con el Mellizo también lesionado, Boca enfrentaba a riBer con su poderío ofensivo recortado, ya que arriba estaban Iarley -con apenas 12 partidos en la Primera Xeneize- y un Chipi Barijho que venía de una lesión. Sumémosle a eso que Boca venía en aparente declive, tras perder con Newell's y empatar con Independiente. La mesa quedaba servida para el sanateo habitual de que nos iban a ganar y se iba "a terminar la mentira".
Por supuesto, los pingos se ven sobre el verde césped. Aunque estos muchachos no pudieron ver mucho más que los números amarillos en las azules espaldas boquenses, porque se comieron un paseo memorable. Y eso que apenas a los 16 del primer tiempo el Chipi se resintió de su lesión, que siendo reemplazado por el pibe Colautti, quien contaba en ese momento con 10 minutos de un partido contra Central como amplia trayectoria en Primera. Igual el pibe no sufrió presión: cuando ingresó Boca ya le había metido media docena de situaciones de gol a riBer. La tónica se mantuvo y el marcador no se abría pura y exclusivamente por gracia del azar. Hasta que a los 37', hubo tiro libre para Boca desde la derecha a cargo de Pucherito Donnet. Vino el centro y el Seba Battaglia, uno que la sabe lunga de esto, metió un cabezazo perfecto para ponerle justicia al marcador. De allí en más, lo dicho: Boca siguió dilapidando chances en medio de un toqueteo infernal. Toqueteo infernal a cargo de los "cuatro volantes centrales", que en realidad eran dos (Cascini y Battaglia), y dos volantes de ida y vuelta (Donnet y Cagna), pero seamos buenos... Como diría el Virrey después del partido: "En el 2-2 del Clausura en la Bombonera ellos declararon que nos sacaron la pelota todo el primer tiempo... Bueno, hoy nosotros se la sacamos los 90 minutos". El partido se terminó con el gol de Iarley , dejándonos de allí al final con el (triste) espectáculo del apoyo incondicional de la hinchada millonaria, ese estar en las buenas y en las malas del que hacen gala, expresado en la silbatina constante a todo el equipo, cada vez que un jugador con la banda roja tocaba la pelota...
Por el profe Alberto Moreno para "Boca es Nuestro"