Claro, con M de Marzolini, O simplemente Silvio. El mejor lateral izquierdo de la historia del fútbol argentino jugó en Boca. Y para derrumbar uno de los tantos mitos de los descendidos de este mundo, Marzolini no se caracterizaba por ser rústico precisamente. Muy pero muy lejos de eso: estamos hablando de un número 3 de una elegancia y calidad técnicas superlativas, pero que al mismo tiempo no le temblaba el pulso cuando había que raspar. Así, justamente como nos gusta a los bosteros. Silvio cortaba en base a su calidad de eximio tiempista y salía jugando como si estuviese en el patio de su casa, la pelota al pie, el porte distinto, y claro una facha a toda prueba. Porque encima eso: era una tormenta de facha, como diría el Bambino. Rubio, de ojos celestes y con su metro noventa, tenía el físico de un número 9 o un volante central, pero construía su reino desde el lateral izquierdo. Claro, ahí era amor y señor: defendiendo era impasable, atacando se transformaba en un delantero más. Era derecho, pero eso no le jugaba en contra. Justamente si el rival trataba de hacer la diagonal hacia adentro, Silvio aprovechaba su perfil para quitar. Y si no, lo arrinconaba contra la línea, y ahí quitaba implacablemente.
Había nacido en Barracas –así que imaginarán qué colores tenía en el corazón desde pibito- pero terminó entrando en las inferiores de Ferro. Claro, su destino estaba marcado, porque debutó en Primera en 1959 justamente contra Boca en un 1-1 por el torneo de ese año. Y a los Xeneizes se nos hizo agua la ídem enseguida con su porte principesco que no le hacía asco al esfuerzo. Y así en 1960, el Puma Armando no dudó: puso 600 mil pesos y el pase de seis players Xeneizes sobre la mesa verdolaga para que Silvio se vista de azul y oro. ¿Parece mucho para un lateral izquierdo? Pibe, si decís eso es porque no lo viste jugar a Marzolini. Silvio llegó a Boca con otro futuro prócer azul y oro, el Tano Roma, y ambos debutaron juntos tanto de manera amistosa (contra San Lamento) como oficial (contra el Pincha), un 25 de marzo en el primer caso y un 3 de abril en el segundo. Así comenzó una vida en azul y oro para el héroe, quien entre su vida jugador y su rol como técnico estuvo una veintena de años en el club. Y mirá que llamó la atención del Milan (1963), la Lazio, el Real Madrid, la Fiorentina (todos en 1966) y de varios clubes franceses (1972), pero Silvio siempre dijo no: ¡si Boca era su lugar en el mundo!
Decidió quedarse en el Xeneize donde desparramó clase hasta que decidió romperle el corazón a la pelota y dejar de jugar. Dio cátedra entre 1960 y 1972, lo que lo convirtió en el jugador con más presencias en azul y oro (408 o 620 si contamos amistosos) hasta 1983 cuando lo superó otra gloria de aquellas: el queridísimo Roberto Mouzo. Es además el jugador Xeneize que jugó más clásicos oficiales. En 37 enfrentamientos contra los emplumados, salivó vencedor 14 veces, empató la misma cantidad y perdió 9. Fue protagonista y figura en algunos de los clásicos más relevantes de la historia: el 3-1 de 1961 con hat trick de Valentim, el maravilloso 1-0 del ’62 con el penal de Roma, dos 4-0 en la Heladera (uno en 1964 y el otro en 1972), el 1-1 de 1964 que le dio el título a Boca en la cara de riBer, el 2-1 del año siguiente en la anteúltima fecha que también le daría el título a Boca, el 1-0 del ’67 en la Heladera para arruinarles el torneo, o el 3-1 del año siguiente en el Templo que los bajó de la punta, y desde ya el broche de oro: el 2-2 del 14 de diciembre de 1969, en el Mudomental, para ganarles en su cancha en el Nacional y dar la vuelta olímpica ahí mismito. Vuelta olímpica que Silvio daría por partida doble: la primera con el equipo y la segunda solo, caliente porque los empleados de riBer abrieron los regadores para impedir el festejo Xeneize. Y como Marzolini era un exquisito que no se privaba de nada, un año después dio otra vuelta olímpica en campo enemigo, tras vencer a Central por la final del Nacional ’70. Todo un privilegiado.
Ultra ganador como era Marzolini formó parte esencial de un Boca mítico, repleto de leyendas como Roma, Rattín, Orlando, el Beto Menéndez, Valentim, Rojitas que luego mutaría en el del Di con el Chapa, el peruano Meléndez, Rogel, Novello, Mané y el Muñeco. Y Silvio siempre ahí, denominador común de bosteridad a prueba de balas para dominar por completo la década del ’60, tanto en clásicos como en títulos. Marzolini se cansó de dar vueltas olímpicas en azul y oro, nada menos que 6 (Nacionales 69 y 70, campeonatos 62, 64 y 65, más Copa Argentina 1969). A algún distraído es capaz de decir que le parece “poco”, pero por eso debemos avisparlo: estamos hablando de tiempos en los que solo se jugaba un torneo largo anual y la Copa Libertadores. Recién a fines de la década se incorporaron el Nacional y la Copa Argentina… y también las ganó. Y encima de esos seis torneos cuatro se los sopló a riBer…
Se retiraría en 1972, peleado con Armando quien lo empujó al retiro. Silvio había sido un activo partícipe de la huelga del ’71 y el Puma no se lo perdonó. Así, aquel que había sido elegido el mejor lateral del mundo en los Mundiales de 1962 y 1966, pasó al plano de la leyenda. Tenía 32 años y le quedaba cuerda en el carretel pero decidió no jugar más. ¿Para qué si ya había jugado, sido campeón e ídolo en el club más grande del planeta? Cualquiera otra cosa hubiese sabido a poco. Pero claro, como todavía tenía cartas bosteras en la manga, volvió en 1981, esta vez como técnico, para dar una vuelta olímpica más dirigiéndola orquesta de Diego y Miguelito. Mirá lo que sería la espalda de Silvio que fue uno de los poquísimos técnicos que se atrevió a ponerle los puntos a Maradona. Casi en su primera charla le dijo: ““Supe de buena fuente que en Argentinos Juniors vos ibas a la cancha en un auto particular, no en el ómnibus con tus compañeros, y que te gusta cenar una pizza con tu novia mientras el equipo está concentrado, bueno, quiero que sepas enseguida que esto en Boca no va, por lo menos mientras yo sea el técnico”. Como para dejar en claro que esto era Boca, algo de lo que Silvio entendía un poquito. Mirá si lo tendría en el alma al Xeneize, que ese mismo 1981, se estresó tanto durante el Metro, que el bobo se le puso loco en el Nacional y terminó internado, by pass mediante. Haría otro intento como técnico en el ’95, también dirigiendo a Diego, pero ya no sería lo mismo. Antes, había prodigado su sapiencia en las inferiores Xeneizes. Allí, los pibitos habrán tratado de heredar aunque son un poquito de esa clase que le salía por los poros. Si al fin de cuentas, clase se escribe con M, ¿o me van a decir que no?
Por Alberto Moreno para "Boca es Nuestro"
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Boca es Nuestro" Todos los jueves de 18.30 a 20.00 hs por Radio Ired. El equipo está conformado por Claudio Giardino, Fernando Burruso y Eduardo Eliaschev en la conducción. Los columnistas que cubren las principales actividades de nuestro Club son Martín Marzolini en básquet, Vanesa Raschella en futbol femenino, Martín Herrera en fútbol profesional, Jacqueline Vezzosi en divisiones inferiores, Mariano Reverdito
en el polideportivo, y el invalorable aporte de Alberto Moreno
recordándonos de dónde venimos en cada hecho histórico de nuestro Club.
Con la producción general de Gabriel Martin, Leo Zallio, Fernando Burruso y Martín Herrera.
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------