Fría noche de invierno la del 27 de julio de 1975. Y más fría dentro del Freezer, como es lógico. riBer viene intentando cortar la rachita de 18 años sin títulos. Para eso armó un equipo de estrellas: Fillol, Perfumo, Passarella, JJ López, Alonso, Luque, Más… Y el arranque es inmejorable, ya que termina la primera rueda en la punta, a ocho puntos del segundo, el Unión del Toto Lorenzo. Pero en la segunda rueda empieza a hacerle honor a su historia y gana 4, empata 6 y pierde 4 de los primeros 14 partidos. Mientras riBer pierde puntos a lo pavote, el Boca de Rogelio Domínguez, ese que había tenido una primera rueda horrenda y miraba la punta con telescopio, empieza a ganar sin descanso -11 triunfos y 3 empates, incluidas victorias sobre Unión, San Lamento y Racing- y se acerca. Está a solo 5 puntos –después de haber estado a 16- en esa noche helada, aunque no tanto como el frío que le recorre la espalda a los plumíferos porque “mirá si justo esta noche estos bosteros”...
Como suelen ser con las gallis y su humor desangelado, tiran a la cancha un chancho con la 10 de Boca, para bardear a Patota. Patota para aquel Xeneize desinformado es Osvaldo Rubén Potente, crack descomunal surgido de nuestras inferiores. Número 10 de los de antes, de esos que eran la usina de fútbol del equipo, Patota era pura clase en combinación perfecta con potencia y guapeza. Gambeteador vertical, parecía que la perdía y se la llevaba igual. Retacón como era, cubría la pelota con el cuerpo como ninguno y era además un cabeceador fenomenal. Porque lo suyo era la técnica, para cabecear, para gambetear, para pegarle a la pelota. Y en esa cabeza que no en vano le valía el otro apodo, el de Cabezón, había un cerebrito genial y endemoniado que le permitía ver lo que los demás no: ese hueco, ese pase, ese compañero (preguntar por un tal Tula Curioni, beneficiario número 1), cada rincón de la cancha… Un estratega que había llegado a La Candela a los 12 años y debutado en Primera a los 17, en un 2-1 contra Banfield con gol propio incluido, un 18 de junio de 1971 y compartiendo campo de juego con su ídolo, un tal Ángel Clemente Rojas.
Patota se había ganado el apodo de pibito, cuando la rompía en los potreros de Parque Chacabuco e intentando nombrar a su más amada le salió “patota” en vez de pelota. No la habrá sabido enunciar bien, pero la trataba mejor que ninguno. Era el director de orquesta de esa banda de virtuosos, devotos del talento e indolentes a eso de conseguir títulos conocidos como “el Boca de Rogelio” quienes no coronaron –no pareció importarles- con un galardón las sinfonías de fútbol que daban cada domingo. En esa sinfónica el que mandaba era Patota, el más artista de todos. Y además hacía goles (81 en 195 encuentros oficiales), especialmente a riBer. Lo tenía alquilado: sin ser 9 de área en cuatro años azul y oro le metió 7 pepas oficiales en 14 partidos, lo que lo convierte en el sexto goleador xeneize en el clásico. Así que imagínense qué poco feliz idea esa de querer torearlo precisamente a él con el chistecito del chancho.
Porque a los 70’, el árbitro Luis Pestarino dio un tiro libre para Boca cerca de la medialuna del arco que da a Figueroa Alcorta. Patota demostró que era así, bohemio, artístico y vanguardista, porque anticipándose un año al Chapa y sentando jurisprudencia, lo madrugó a un Pato Fillol que se afanaba en armar la barrera más lenta del mundo, y se la clavó en el ángulo derecho. Delirio en un Mudomental copado una vez más por las huestes xeneizes que además disfrutan del deleite del sufrimiento gallináceo cuando ese mismo Patota esconde la pelotita los últimos veinte minutos y deja que el tiempo se vaya, como quién se desangra. Boca gana, queda a tres puntos con 12 en juego y a las plumas les agarra colitis pensando qué si otra vez –Boca mediante- no quiebran los 18 años de hambre.
Pero Boca no tiene tanto aire. Perdió demasiados puntos en la primera rueda y no tiene margen para imponderables. Como un tal Ricardo La Volpe –sí muchachos, puteenló tranquilo- joven arquero banfileño que quiere demostrarle a Menotti por qué tiene que llevarlo al Mundial, así que en el Templo saca todo lo que le tiran y más y así el Taladro se lleva un empate que parece alejar a Boca de la punta. Pero riBer es riBer, así que empata con Temperley y mantiene las chances intactas hasta el domingo siguiente. Allí será donde el Boca de Patota dejará en claro que anda con lo justo: perderá con Huracán en Patricios, riBer ganará su partido y ya la distancia será irremontable: ambos clásicos rivales jugarán las dos últimas fechas con juveniles debido a una huelga de profesionales, ambos ganaran sus encuentros y la tabla quedará como venía.
Ese sería el último gol de Patota a los plumíferos. Tras el Nacional de ese año, Potente terminaría su ciclo con la azul y oro. Había encabezado un reclamo salarial que al Puma Armando no le gustó ni un poquito, a pesar de que razón no le faltaba a Potente: cuando lo buscaron Juventus (1971) y el Altético de Madrid (1975), el Puma lo declaró intransferible porque era “patrimonio del club”. Encima al toque llegó el Toto y le dejó clarito que en su Boca quería menos lirismo y más rodillas embarradas. A Patota no le hizo nada de gracia y dice la leyenda que casi lo trompea. Lo concreto es que terminó emigrando a Rosario Central primero y a The Strongest de Bolivia después. En el Canalla se rompió feo y estuvo casi un año parado. Quizás por eso, cuando volvió a Boca en 1978 ya no fue igual. Estuvo en el club hasta 1980, pero jugando salteado –apenas 25 partidos en tres años- y se fue a terminar su carrera en Defensores de Cambaceres. Se fue, pero nos dejó los ojos llenos de fútbol.
Por Alberto Moreno para "Boca es Nuestro"
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"Boca es Nuestro" Todos los jueves de 18.30 a 20.00 hs por Radio Ired. El equipo está conformado por Vanesa Raschella, Eduardo Eliaschev y Claudio Giardino en la conducción. Los columnistas que cubren las principales actividades de nuestro Club son Martín Marzolini en básquet, Vanesa Raschella en futbol femenino, Martín Herrera en fútbol profesional, Jacqueline Vezzosi en divisiones inferiores fútbol masculino, Mariano Reverdito
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Con la producción general de Leo Zallio, Fernando Burruso y Martín Herrera.
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